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18 de abril de 2005

Tinta China IV

Isolda Dosamantes
Las magnolias florecen, con su aroma invaden el viento y arrancan la sonrisa, es primavera. Beijing se llena de un bullicio nuevo, alegre, las calles están tapizadas de gente que va y viene de compras, que juega a las cartas en los jardines, que bebe cerveza. Las muchachas han cambiado sus abrigos por blusas diminutas, los hombres andan con más soltura y alegres con sus camisas de manta o algodón. Y los árboles presumen sus flores blancas, rojas, palo de rosa, diminutas flores que nacen antes que las hojas y dan aromas nuevos a una cuidad engrisecida por el polvo y el esmog. En eso, arriba la primera tormenta y caen sobre las calles, las casas y la gente arena diminuta, la gente usa velos para proteger sus ojos, el viento con arena corre de prisa por la ciudad arrasando con ella. Mientras algunas chinas se pelean contra el viento en bicicleta, otras toman un té de jazmín que es la bebida que refresca del calor, aún no mucho pero ya agobiante a las dos de la tarde en que alcanza los veintiocho grados, los estudiantes emocionados preparan entremeses cervantinos para festejar los 400 años de la publicación del Quijote, el profesor Dong Yansheng, el mejor traductor de ésta obra, no para de un evento a otro, jurado, conferencista, invitado de honor, no para el pobre y en sus ratos libres, entona alguno que otro bolero mexicano o juega con las palabras y nos hace reír con sus historias. Es un soltero codiciado, a sus cincuenta o más años es un deportista, lector, traductor, un hombre culto que tiene como novia a la lengua española. Mientras los estudiantes se preparan para el DELLE, participan en concursos de redacción, en obras de teatro, en presentaciones como la del proyecto editorial bilingüe "Nos queremos casar de rojo" que busca difundir la poesía hispanoamericana, con carteles dedicados a un solo autor de generaciones nacidas en las décadas sesenta y setenta: Gonzalo Escarpa, Jorge Fernández Granados, Estrella del Valle D´lia MacDonald, Leticia Luna, Mainor González, Alfredo Trejos, son nombres de los autores que le interesa publicar a este nuevo y lúdico proyecto editorial. Mientras todo esto sucede, la cuidad se llena de aromas a magnolia, de arena y nos inunda con su calor primaveral.
El hispanismo en China tiene alrededor de 50 años, me platica mi amiga y colega Chen Chu Lan que en agosto de 1952 con motivo de una Conferencia Internacional por la Paz realizada en Beijing, fueron llamados algunos estudiantes de francés, incluida ella, para prepararse como interpretes para atender al las delegaciones de habla hispana, dice que fue un esfuerzo muy grande pues faltaba muy poco tiempo para la conferencia y en menos de veinte días recibieron clases y estudiaron la lengua española para participar en el evento. Meses después, Chen Chu Lan junto con los otros trece estudiantes se incorporaron a clases de español para fundar en el Instituto de Lenguas extranjeras de Beijing, lo que ahora conocemos como el Departamento de Español, donde profesores Chinos que se han especializado en Chile, España y México (la mayoría en el Colegio de México) y expertos extranjeros, colaboramos en la enseñanza de nuestra lengua y de la diversidad cultural que habita. Por ello, celebramos a Cervantes, a Neruda, a Paz y otros autores hispanoamericanos en las aulas y fuera de ellas. Cantamos boleros, tangos y disfrutamos en compañía de los estudiantes chinos un vino español o una cerveza mexicana, un jamón serrano o unos frijoles refritos, porque en China hay frijoles, pero en vez de hacerlos parados o refritos, los cocinan en dulce, como si fuera camote. Como se extraña el sazón de la abuela, los tlacoyos, la barbacoa de Santa Ana, el mole de Contla, los gusanitos de Atlangatepec y el pulque… cómo se extraña la Maliche. Pero el olor de las magnolias inunda las calles de Beijing y me pone tan alegre como un chinocuil.
Beijín, China, Abril de 2005

13 de abril de 2005

Tinta China

El invierno en Beijing fue bastante duro, la temperatura normal era de veinte grados bajo cero, había poca gente por la calle y los días duraban poco tiempo. Cuando cayó la primera nevada, el espíritu infantil de la gente salió de inmediato de sus cuevas, algunos hicieron muñecos de nieve, otros como yo, nos divertíamos pisando la nieve recién caída, que daba una sensación como de estar descalza sobre la arena y el crujido de la nieve era música que entonaba con las risas del invierno. La nieve daba una luz especial a los días, todo resplandecía y los pinos, sauces y magnolias parecían danzar con sus vestidos nuevos.
Los días duraban poco, amanecía a las nueve de la mañana y el sol se ocultaba por allá de las cinco, si no te apresurabas a salir de casa pronto, el día se te reducía a nada y eso te metía en una especie de letargo depresivo. Recuerdo que salía cuando aún estaba oscuro a dar mi clase, eran las ocho de la mañana y yo dale que dale a la bici para llegar al salón lo más pronto posible y en el aula como en todas las casas la calefacción era asfixiante, así que tardabas diez minutos en ponerte un suéter, otro, la bufanda, los guantes, el gorro, las orejeras y el abrigo y otros diez en quitarte toda la ropa. Parecíamos osos al caminar.
Lo más divertido del invierno eran los lagos, de un día para otro se convirtieron en pistas de patinaje y de trineo, se podían ver a las familias disfrutando del ejercicio, entrabas en calor si patinabas, sino, era mejor que te refugiaras en un lugar, el frío era tremendo. Pero más al norte de China, en Harbin el frío era aún mayor y algunos de mis amigos se fueron a esquiar a las montañas mientras otros disfrutaban de las bellas esculturas que se esculpían en el hielo de Harbin, un espectáculo precioso que me recordó la película del Hombre manos de tijeras.
En diciembre no hubo grandes festejos, la Navidad es un día normal en que se trabaja y algunos jóvenes festejan de manera imitativa, lo festejan en una cena de restaurante o en Karaoke, a los chinos jóvenes les encantan estos lugares donde la gente se reúne a cantar con la pista, es una de sus diversiones favoritas. Entonces normalmente los extranjeros se juntan a festejar la Navidad y el Año Nuevo en sus casas mientras todos los nativos duermen. Pero cuando va a llegar el Año Nuevo Chino todo es diferente, las tiendas se ven repletas a pesar del frío, por las calles los adornos y los puestos de comida parecen surgir de entre las sombras, todo se vuelve más alegre, los trenes están a reventar y es imposible encontrar sitio en algún restaurante, todo se convierte en un caos alegre lleno de gritos, murmullos y vendedores. Ese ir y venir con las compras para la cena, los dísticos que adornan las entradas de las casas, los objetos de suerte como los nudos chinos que conocemos, para el amor, para los hijos, para el dinero, para la fortuna, para la longevidad, para la salud, todo es un danzar de colores que se queda quieto por la tarde, la tarde en que todos se reúnen en familias para la fiesta, nada en la calle, nadie por ningún lado, los restaurantes cerrados y los extranjeros como perdidos en una ciudad que no es la suya en una fiesta que tampoco es suya y que no saben como festejar. Entonces a eso de las doce de la noche, cuando es el cambio de día el cielo estalla entre los fuegos artificiales que surgen de todos lados, la fiesta de la primavera, el inicio del año lunar, el comienzo de un nuevo año, en esta ocasión del año del gallo, el año de la inteligencia, de los proyectos concluidos, es un año para formalizar en las parejas. Si el año del gallo es considerado por los chinos como un buen año, pues es un año de logros.
El primer día del año nuevo chino, la gente acostumbra llamarse para darse buenos deseos y regalar narcisos, las casas se llenan de narcisos y de dulces de sésamo que son el regalo esperado y brindado entre los chinos en está época tan importante para ellos, tan significativo como para nosotros la Navidad.Se ha acabado el invierno en Beijing, ahora las calles huelen a magnolias y sus árboles florecen rotundos y felices. La primavera se alza rotunda en el rostro del día.

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