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4 de noviembre de 2004

Decía ayer que los recuerdos se han convertido en una obsesión nocturna, cuando por fin me entrego a los brazos de Morfeo, cuando he logrado vencer el insomnio y le dedico un tiempo al descanso llegan las fantasmas, entonces me llevan a los lugares más recónditos de mi pasado, juegan conmigo una y otra vez sin darme un espacio de descanso.
Esta noche he decidido poner una corona de ajos a los pies de mi cama, nadie tendrá derecho a interrumpir algún nuevo sueño que no refleje nada de lo que he vivido, parece que todos los días me la he pasado huyendo, parece que no he dejado nada concluido y sólo una vez me sucedió eso pero lo arrastro de manera absoluta. Es necesario aprender a decir adios, a escucharlo aunque nos cueste alguna lágrima perdida que no será guardada para salir por partes en las noches en que llegan las sombras del ayer a torturarnos, a sacarnos de nuestro centreo que nunca será nuestro mientras no nos libremos de esas tremendas piedras que cargamos como si fueramos camellos de dos jorboas. A la mejor soy un camello y sueño que he vivivdo, quiza un elefante, no sé porqu esas lágrimas en mi cama por las mañanas, porque la presencia del viejo amor, con un resentimiento en la palma de la mao, con una cruz que pensé había sido superada. No han servido de nada los desvelos, las copas, los amigos los besos, no ha servido de nada caminar sintiendome, quiza imaginandome libre, parece que durante años he cargado en lo más recóndito de mi el peso de no haberle dicho adios mientras lo veía partir en su coche, con las copas de vino, con el silencio.

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